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Lo mejor que le puede pasar a un pan de agua

Lo mejor que le puede pasar a un pan de agua

Por: E. Mendoza

Lo mejor que le puede pasar a un pan de agua es que lo unten con mantequilla, pensé, mientras se la untaba a un pan abierto por la mitad, me acuerdo. Y me acuerdo también de que estaba a punto de meterle el diente cuando sonó el teléfono.  Era mamá.

– ¿Leíste el periódico? – me preguntó ahorrándose el saludo.

– ¡Feliz cumpleaños, mamá!

– ¿Lo leíste?

– No. Aun no. Me estoy comiendo un pan de agua ¿Qué dice?

–  Dice que cierran el Malecón. 

–  Mamá, son medidas para evitar la propagación, es necesario que…

–  Las medidas están claras, dos metros de distancia, lavarse las manos y usar tapaboca.  ¿Qué tiene de malo que la gente salga a dar una vuelta a orillas del mar?

– Que se pueden contagiar.

– Pero ¿Cómo se pueden contagiar si siguen las recomendaciones?

– No la siguen.  Se quitan las mascarillas para beber cerveza.

– Pues, ¡Que prohíban beber cerveza!

– Mamá, la orden es quedase en casa, eso es lo que debemos de hacer to…  ¡Aló!

Me dejó con la palabra en la boca. Había colgado.  A pesar de su testarudez, mamá siempre fue una mujer dulce, pero después que se retiró de la empresa, se le agrió el carácter.   El laboratorio era su vida.  Siempre supe que, a larga, la pasaría mal.  Cincuenta años de laboratorista y un día ¡ZAS! decide irse a su casa a hacer nada.  Pienso que, cuando esto pase, debería ir de vez en cuando a poner el ojo en el microscopio.

Coloqué dos finas lonjas de queso y una de salami dentro del pan.  Cerré las tapas y lo metí un rato al horno.  Entonces, sonó el teléfono sonó otra vez. 

–           Hola, hijo -me saludó como si no recordara que hubiera hablado conmigo dos minutos atrás.

–           ¿Qué tal?

–           ¿Te comiste el pan de agua?

–           No. Todavía no

–           ¿Por qué?

–           Decidí meterlo al horno.

–           ¿Vienen a almorzar hoy?

–           No mamá. No podemos romper el distanciamiento.

–           Cumplo ochenta y cinco años, Tony.  ¿Vas a abandonar a tu mamá un día como hoy?

–           Pero mami, comprende, es que te podemos contagiar.

–           El muchacho del supermercado viene todas las semanas a traerme la compra y no me he contagiado.  ¿Qué te hace pensar a ti que mis nietos me van a infectar?

–           ¡Es por tu bien, Mamá!

Volvió a trancar el teléfono. 

Es cierto que en condiciones normales hubiéramos ido a su casa.  Ella nos habría preparado una gran comelona. De seguro tendría instalado el karaoke para los nietos, o cualquier otro divertimento de los que a ella se le suelen ocurrir. Me pregunto si algún día volveremos a la normalidad.    Ochenta y cinco años es un número importante, pero no podemos darnos el lujo de poner a mamá en riesgo.  Además, habíamos decidido irnos esa tarde al apartamento de la playa a pasar el fin de semana.  Los niños no aguantan este confinamiento ni un día más.  Están irritables, no, mejor dicho, violentos.  El psicólogo nos recomendó que buscáramos la forma de llevarlos a un lugar donde pudieran hacer actividades al aire libre.  

El teléfono sonó otra vez.

–           ¿Sabes algo, Tony? -esta vez se escuchaba más tranquila-, cuando me asomo por la ventana veo que los árboles están más florecidos que nunca.   Es una explosión de color.   Hay cientos de pájaros por todas partes.  Hace mucho que no los oía cantar.  Mis perros están tranquilos.  Creo que de algún modo ha sido bueno que hayan decidido dejarnos un tiempo encerrados en casa.

–           SÍ, mamá.  Pienso lo mismo. 

–           Pero Lisette tiene que seguir al frente del laboratorio.

–           Su trabajo es esencial -le recuerdo.

–           ¿Cómo está el tuyo?

–           Bien.

–           ¿Estás yendo al banco?

–           Trabajo desde casa. 

–           ¡Oh! Ya veo. Muchas personas han perdido su empleo, Tony.  Muchos la están pasando muy mal. 

–           Si, lo sé.  No todos la están pasando igual.

–           Por eso creo que, deberían dejar que la gente camine por el Malecón.  Darles la oportunidad de que respiren aire libre de esmog, como el que podemos respirar ahora.  ¿Qué mal les puede hacer?

–           ¡Mamá! Deja de pensar en eso.

–           Dime tú, ¿En que pienso entonces?

–           Piensa en hacer planes.

–           Me acabas de desbaratar mis planes.   El plan era celebrar mis ochenta y cinco cumpleaños con mis nietos.  Les preparé un bizcocho.

–           Celebraremos el año próximo.

–           ¡Probablemente esté muerta!

–           No te vas a morir, mamá.  No sufres de nada.

–           Evangelina no sufría de nada y se murió la semana pasada.

–           ¡Tía Evangelina tenía Alzheimer, mamá!

–           Se murió de soledad.

–           ¡Murió de Alzheimer!

–           Las visitas al asilo están prohibidas.  Mi hermana pasó sus últimos dos meses de vida sin que nadie la abrazara.  ¡Murió abandonada!

Otra vez colgó el teléfono, pero entonces, fui yo quien volvió a llamar.  Mamá estaba llorando.

–           Aló, mamá, ¿Estas bien?

–           La gente necesita verse, Tony.   No es posible vivir encerrados tanto tiempo.  La humanidad ha llegado hasta aquí exponiéndose a las inclemencias del tiempo, a los virus y a las bacterias. Los más débiles se van, y los fuertes sobreviven.

–           ¡Dile eso a los científicos!

–           ¡Los científicos lo saben, los políticos son los que nos tienen presos!

–           Es para salvarnos la vida.

–           Me dijo tu hermana que hoy te vas a la playa.

–           Sí -le respondí, hirviendo de rabia por la indiscreción de Lisette.

–           ¿Me puedes explicar por qué?

–           El psicólogo de los niños entiende que les haría bien jugar al aire libre.

–           O sea, vas a llevar a los niños a que se contagien en la playa.

–           No mamá.  No se van a contagiar.  No hay problema con estar al aire libre.

–           Entiendo.  Tus hijos no se contagian en la playa, pero las demás personas si se pueden contagiar por dar una vuelta en el Malecón.

–           Te tengo que dejar mamá, se me quema el pan.

–           Sabes qué Tony, es lo mejor que le puede pasar a tu pan de agua.

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