Por: Abril
La vida tras un cristal. Un cristal que me separa del parque melancólico, la rotonda inútil, las aceras desahuciadas. Dentro de dos horas habré cumplido treinta y dos días confinada en mi apartamento y esta galería de cristal es mi cable óptico al mundo. Un mundo suspendido en la primavera del año 2020. Una fecha gemelar, nemotécnica, óptima para la distopía. ¿Qué será de nosotros?
¿Qué será de mis hijos? ¿Qué será de mi padre enfermo?
Enfrente de mi casa hay un parterre que dibuja con hojas una calavera y un mensaje que la acompaña: Volvió Gerión. Siempre interpreté este mensaje de hojitas perfectamente podadas como una profecía. Y ahora que lo leo cada vez que tengo ganas de mundo y me asomo a la galería, pienso que el presagio echó cuerpo y en donde pone Gerión debo interpretar coronavirus.
He empezado a contar baldosas, las baldosas desde la cocina al hall y las baldosas de la galería a la cocina. Y, mientras me ducho, a leer la literatura de los botes de champú como un método sustitutivo a la escuela de idiomas: nouvelle formule enrichie, nova fórmula enriquecida, nuova formula arrichita. Tengo miedo a contagiarme y a contagiar a los niños, a abrir el contenedor de la basura, a comprar en el supermercado: Loli, la farmaceútica del 5ºD, tiene coronavirus. ¿Qué pasará?, ¿Perderé mi puesto de trabajo?, ¿Cuándo podré ir al cole, mamá?, ¿Cómo viviremos si sobrevivimos a la pandemia?. Después de treinta y dos días de encierro solidario, responsable y preventivo, comienza a desdibujarse lo cotidiano; la seguridad de un plan para el día siguiente; el futuro tranquilizante.
Acabo de contar 180 baldosas de gres y trescientas de madera en tres paseos de 70 metros por mi pecera. Echo de menos la frivolidad con la que salía y entraba de casa, las clases de yoga, la pandilla de los viernes noche, la oficina…Ahora lo que importa es respirar sin bombona de oxígeno y hemos de permanecer en casa. Si Maslow levantara la cabeza se marearía desde el acantilado de su pirámide: nos hemos precipitado desde la cumbre de la autorrealización a la base de las necesidades fisiológicas. Dentro de una hora y media habré cumplido treinta y tres días confinada en mi apartamento y esta galería es mi cable óptico al mundo: ahí sigue desafiante el parterre agorero envasado al vacío.
A Coruña es una ciudad en cuarentena camino de la cincuentena que ha dejado de respirar la sal de su puerto; es una ciudad impresionada. Sobrevivió a Gerión, un gigante de tres cuerpos que la obligaba a entregarle la mitad de sus bienes hasta que Hércules, después de batirlo en lucha, enterró su cabeza en el mismo lugar sobre el que levantó la Torre que lleva su nombre. A Coruña superó también, María Pita mediante, a la invasión de las tropas inglesas que mandó Isabel I a finales del siglo XVI. Somos un pueblo con un gran palmarés. Puede que también superemos esta claustrofobia y que le esculpamos un monumento.