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La cena

La cena

Por: JMC

«Andrés Guerra es el amor de mi vida. Nos conocimos cuando iba finalizando la movida aquí en Madrid. Él cantaba palabras de anarquía con su cabello largo y pantalones apretados mientras yo, una rubia delgada empapada de cerveza y de olor a cigarrillo servía copas hipnotizada con cada uno de sus versos. Apenas nos miramos, supe que moríamos juntos de viejos, como lo más espectacular que Neruda pudiera escribir ».

Ruth de Guerra ya no era la misma rubia eléctrica a la que los hombres se tiraban encima como al papel higiénico en cuarentena pero la verdad se conservaba muy bien; “follable” dirían los adolescentes del piso de arriba a la policía. Devoraba todos los libros, periódicos y revistas que encontraba a su paso lo cual, junto con su sentido del humor francés, la habría hecho una mujer muy interesante para llevar a una isla desierta. “Que afortunado eres” le decían sus amigos a Andrés.

«Debe enamorarse de mi cada vez que me vea, como si fuese la primera vez» pensaba Ruth. Razón por la cual nunca Andrés la había visto sin maquillaje, ni siquiera en el terremoto de 2015 del que dicen vieron salir del edificio a una loca con una bolsa de plástico en la cabeza a la calle y los vecinos no saben al día de hoy quien fue.

“Hoy es nuestro aniversario Cariño” le dijo a Andrés mientras contemplaba en su tocador todas las fotos de los veranos en la Costa Brava, preguntándose cuando pasaría todo esto y podrían volver y mientras lo veía en la cama tan guapo, con su cabello aún negro azabache después de tanto tiempo, aunque ya más corto, su frente empapada en sudor, su camisa blanca nueva y una mascarilla que terminaba sobre sus ojos negros que la miraban profundamente.

“Ay! La cena está lista” – dijo Ruth sin dejarlo responder mientras disminuía aquel sonido odioso de la campanilla del horno que les destemplaba los oídos.  Ruth salió en puntitas al pasillo, ya que debía ponerse los tacones que combinaban con el vestido nuevo que había comprado en las rebajas el fin de semana pasado, el último en el que se pudo salir, y mientras caminaba pensaba en cómo le había dolido la depilación que se había hecho. «Hoy puede ser mi día de suerte» pensó ruborizándose y soltando una risita en voz alta como una adolescente. 

Bebió una copa de vino de golpe mientras se acomodaba su cabello y las tetas en la ventana de la cocina, tirándose un beso a ella misma con la boca de pato como lo veía hacer a su sobrina. Salió por el pasillo con ambos platos, cantando su canción favorita “que pasará que misterio habrá puede ser mi gran noche” “la ra la…”

“Cariño necesitas algo?” exclamó Ruth entrando a la habitación, subiéndose las tetas entre el nuevo brasier de la tv que tanto le apretaba y poniendo la mesa en la cama para que ambos pudieran cenar. “Enseguida traigo el vino y las copas, aunque muy poquito para ti, que te hace mal”.

 “Quiero salir” exclamo Andrés entre dientes mientras le quitaban el tapabocas.

“Cariño, estas loco! Tu no estás bien y hoy es nuestro día especial debemos estar juntos. Además hay toque de queda. Si la policía te ve te van a llevar preso, recuerda que los mayores de 70 no pueden salir” le dijo mientras iba a la cocina por el vino.

“Por favor” dijo Andrés entre dientes cuando Ruth volvió. Mientras le quitaba el esparadrapo de la boca y le desamarraba una de las manos, recordó el fin de semana antes de que iniciara la cuarentena, cuando lo escucho hablando con esa mujer de la tienda de rebajas por teléfono mientras hacían planes para dejarla y se prometió a sí misma que nadie la alejaría de su final feliz.

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