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De repente, tuvimos tiempo

De repente tuvimos tiempo

Por: PAG2

Al principio parecía interesante pensar en un cambio de ritmo, resultaba exótico trabajar desde casa y dar paso a unos días de quietud que nos caerían bien a todos;  además, planteado para unas cuantas semanas, sería, de seguro, una situación sencilla de afrontar. Con la energía y el entusiasmo que traen consigo los desafíos comenzaron los primeros días de confinamiento, la pandemia del Covid19 había llegado a Colombia y con ella, para ese entonces sin saberlo, toda una experiencia disruptiva que terminaría por convertirse en una verdadera lección de vida.

De a pocos, las hojas del calendario fueron pasando y pasando, los días comenzaron a ser iguales, la nevera se fue vaciando y la incertidumbre y el miedo, sin que nadie las invitara hicieron su entrada triunfal y sin el más mínimo recelo, se autoproclamaron protagonistas de una historia que nos llevaría a recorrer nuevos e inexplorados senderos. Esos para los que antes, no teníamos tiempo.

Dicen que en los momentos más oscuros es cuando emergen las cavilaciones, que las arenas movedizas y la falta de certeza configuran los escenarios en los que los seres humanos sacan lo mejor y lo peor de sí mismos; pero también dicen, que todo pasa por y para algo. Hoy entendemos que necesitábamos un alto en el camino, un frenazo en esas dinámicas colectivas que venían tomado un rumbo plagado de exigencia, frialdad, egoísmo y arrogancia y en las que, de manera casi inconsciente nos fuimos dejando arrastrar en rebaño sin hacer mayores cuestionamientos.

Mirarnos al espejo con calma y ánimo reflexivo porque ya no había tanta prisa, ponernos en los zapatos del otro para valorar aquellos roles que otrora nos resultaban invisibles y explorar, como nunca antes, cada rincón de nuestros hogares, se volvieron ejercicios cotidianos y enriquecedores. Nos dimos cuenta de que podíamos ser menos banales, más solidarios y empáticos y recordamos a la fuerza, lo extremadamente frágil de nuestra especie.

De repente tuvimos tiempo para pintar, intentar recetas, escribir, rezar, enamorarnos o dejar de amar. Todo aquello a lo que decíamos “quizá mañana, hoy tengo afán”, simplemente empezó a tener un lugar y en nuestros corazones, se sintió bonito, se sintió importante, y adquirió un valor incalculable.

Escuchar y escuchar-nos sin el ruido del tráfico, sin la alarma sonando, sentir a la naturaleza reír, observarla descansar y liberarse, permitir a nuestra voz interior manifestar sus más profundos temores y no querer callarla, descubrir una infinidad de maestros silenciosos que siempre estuvieron presentes; también para eso, de repente, tuvimos tiempo.

De tener tiempo para ser enfermizamente productivos pasamos a tenerlo para ser más sensibles, más familiares, más nosotros. La vida de sopetón nos quitó las arandelas del mundo exterior con las que maquillamos tantas realidades e ignoramos cientos de males. De un momento a otro, simplemente quedamos al desnudo y frente a una oportunidad de oro para diseñar un nuevo vestido a ese “yo pospandemia”, a ese yo para el que habíamos estado muy distraídos y ocupados.

Si me preguntan, mi traje, aún en construcción, muestra ya sus primeras puntadas de un ser que está hoy menos obsesionado con poseerlo todo, que ha aprendido a esperar, que encuentra especial gozo en actos cotidianos como tomar el sol o contemplar la luna, que se ha hecho más consciente de las necesidades y sentimientos del otro y  que lleva consigo, un andar sosegado pero atento, a lo que realmente se debe dar valor en la sociedad.

Mi yo pospandemia empieza a entender que no se trata de ir por la vida acaparando logros y ascendiendo escaños, se trata de comprometerse con lo que significa pertenecer y aportar a un conjunto, a una comunidad. Nunca antes una situación nos había enseñado como ahora, cuánto dependemos los unos de los otros para sobrevivir.

Ojalá, cuando todo esto sea una conversación del pasado, sigamos teniendo tiempo. Los hombres olvidamos fácil pero también recordamos aquello que nos resulta importante, por eso ahora, será el transcurrir de los días el que nos llevará a descubrir sí tan particular experiencia logró incubarse para siempre en nuestra existencia y convertir, en inamovibles, los muchos espacios personales que en este oscuro trasegar fuimos hallando para después, hacerlos sagrados. Agradecer, echar globos, atreverse, mimar, equivocarse, crear, aprender, enseñar, mirar al cielo y disfrutar cada despertar, conforman hoy esa larga lista de etcéteras para los que siempre, deberíamos seguir procurando un lugar especial. La vida se trata de hallar plenitud con cada susurro del tictac del reloj y para eso, hay que querer tener tiempo.

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